El otro día, el sabor de mi herida me asustó, como si el tiempo hubiera retrocedido meses, abriendola, sangrando y amenazando con tirar por tierra todo el cuidado y mimo obligado. Es duro volver a mirar al miedo a los ojos, pero el miedo es menos poderoso que la voluntad, y al final, siempre se retira a su oscura guarida. Ese es el truco.
La vida es maravillosa, pero a ciertas personas la maravilla se nos ha entregado a partes iguales que la obsesión. Y hay que tenerlo claro para otros encuentros. No debo frenar la inercia; tengo que aprender a vivir con ello. No puedo parar.
Me dejas bailando solo, me coges en el último instante y me sonríes, como si nunca hubieras roto un plato. Pero yo no soy parte de una vajilla. No soy duro, no me rompo.
Quiero y no puedo, enfrento realidad a necesidad, y siempre me acaba venciendo la vida, pero aspiro, como aquel ejército antiguo, a perder todas las batallas, menos la decisiva.
No puedo parar de sentir, y lo mejor de todo, es que ya no tengo ni un átomo de culpa.
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1 comentario:
Bienaventurados los libres de culpa!Me alegro mucho por ti,C.A.
(Caballero andante)
un abrazo
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