miércoles, 25 de marzo de 2009

Intermi-tenencias

Los últimos suspiros del atardecer morían bajo las montañas que custodiaban, recortaban y medían el horizonte. Aquí, en el parque no había un alma, siempre y cuando las hierbas, flores, árboles, insectos y piedras no tengan alma. Pero no discutiremos ahora sobre filosofías transcendentales: además, eso no era cierto: sí que había un ser animado, aunque no duraría mucho tiempo en escena...

El pequeño y fino objeto cayó entre el resto de cosas que había en la única papelera que se podía ver a varios años luz a la redonda. Unos pasos tambaleantes se alejaron de la escena con cierta pereza, como si no quisieran irse del todo, pero una fuerza mayor que la voluntad de su dueño les obligara a marchar.

La causalidad quiso que estuviera parpadeando justamente la farola sobre la que se sujetaba el pequeño contenedor de plástico verde donde había ido a parar el misterioso centro de nuestra historia. Uno se podría imaginar que el poste metálico había recibido cientos de patadas de críos, con las hormonas revolucionadas y millones de kilowatios, sin exagerar, de violencia incontenida.
Al cabo del tiempo, los contactos eléctricos de la luminaria habrían sufrido las consecuencias de los adolescentes impactos, provocando el intermitente e hipnótico efecto luminoso. Me hubiera gustado conocer las historias de cada uno de los niños que dieron una patada a esa farola. Creo que, vistas sus historias con calma, se podría constatar que todos han vuelto a tener un nexo similar e incluso que aquel momento pudo determinar gran parte del destino de sus vidas. Si, algo mágico irradiaba de aquel punto de luz.

Entonces fue cuando llegaste, siguiendo la ronda de tu habitual carrera por los verdes y bastante cuidados jardines que separan el barrio de la ciudad. Aquella farola parpadeaba con la cadencia precisa que tienen los faros de la costa; era como una señal benigna y cálida la que tú, como si fueras una de esas polillas de verano, eras atraído con placer.
Allí estabas, sofocado, exhalando entrecortadamente el aire que se supone debías controlar, pero que, gracias al frío que pillaste hace dos días, ahora te impedía seguir tu ritual deportivo.
Mientras te apoyabas en el mástil metálico y cilíndrico, notaste un sutil destello que venía de la basura...

La farola volvió a brillar y entonces lo viste claro. Alargaste la mano y con cuidado, como si fuera una operación a corazón abierto, extrajiste el objeto circular y metálico. En él se podía leer lo siguiente:

cd recopilatorio M-2009: una nueva esperanza

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