jueves, 2 de octubre de 2008

Naturalidad

* Hoy necesito sentir la majestuosidad de los fiordos noruegos, conducir montaña arriba por la ruta de los trolls y terminar acampando en cualquier arroyo a pocos metros de la carretera, a miles de millones de años luz de cualquier ciudad. En la sección de viajes hay unas guías perfectas de Norway-in-a-nut-shell editadas por el ministerio de turismo nórdico. En lugar de pasear por el maloliente puerto pesquero de Bergen, con sus decenas de puestos de venta de salmón fresco y sus tenderos españoles que te reconocen por las marcas de tu ropa y tu mirada sureñamente oscura, voy a darme una vuelta por el pasillo de delikatessen varias, centrándome en los vidrios transparentes que ocultan lo mejor de lo mejor de esos peces tan extraños que remontan el río para finalmente ser devorados por sus crías.
Antes de un gran viaje de miles de kilómetros a tierras vírgenes para mis ojos, hace falta revisar la profundidad de los neumáticos, comprobar el tipo de aceite 20W50 recomendado por el fabricante y cerciorarse de que en el maletero hay algún kit de herramientas adicional; todo está en perfecto estado, nuevecito en las vitrinas de accesorios del automóvil. Ya puedo casi escuchar el rugir del motor diesel, con su traqueteo particular de John Deere aligerado, recortado y pintado para simular un coche; pero el sonido viene de un lateral donde está el monitor TFT con un spot en el que se muestra la visión subjetiva de la rueda de un coche atravesando autopistas alemanas sin límite de velocidad.
Aprovecho esa sensación de falta de radares para atravesar como un relámpago la sección de cuidado corporal, cremas, lociones de afeitado, maquinillas, cepillos y preservativos. Mi velocidad me permite, sin embargo, elegir la muestra más cara de colonia y fumigarme de forma que el perfume se quedará en la camisa durante eones.
Hay algo extraño en todo lo que me sucede últimamente, algo que tal vez pueda parecer habitual en los seres humanos del s.XXI, pero que la parte de mi universo personal que se me hace visible durante 8 horas al día, se asemeja a un cinturón de basura espacial que recubre el planeta donde vivo. La única diferencia entre la basura y las rocas perdidas en el espacio es que estas últimas son atraídas por la Tierra y se convierten en estrellas fugaces.
Sin embargo, de ciertos medios artificiales y estresantes, se puede llegar a extraer momentos mágicos, calmados en mitad del océano, llenos de nueces-cerebros, sandwiches de pavo y cocacola. Es un pequeño milagro, un santuario de sonrisas que hace que todo tenga sentido durante un corto espacio de tiempo que se puede detener y retener en la memoria.


Starlight (Muse)

1 comentario:

Antígona dijo...

El problema es, ¿cuánto tiempo se puede retener en la memoria? ¿Durante cuanto tiempo nos alimenta?

El milagro sucede, sí, pero es tan efímero y evanescente.

¡Un beso!

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